ARTEAGA, Esteban de

  Segoviano, natural de Moraleja de Coca, y no aragonés como se le ha supuesto, nació el 26 de diciembre de 1747. Entró en la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Madrid, en 1763, y en 1767 se expatriaba a Italia abandonando la Compañía dos años más tarde sin haberse aún ordenado sacerdote, lo que no le impidió hacer uso por el resto de su vida del título de Abate. De 1773 a 1778 completó sus estudios en la Universidad de Bolonia, manteniendo por este tiempo una estrecha amistad con el comediógrafo Marqués Albergati-Capacelli, con el que corriendo los años rompió ruidosamente. Pasó después a Venecia y, llevando siempre una vida mundana y fácil, marchó más tarde a Roma, donde fue Bibliotecario y protegido del diplomático español José Nicolás de Azara, por iniciativa del cual se trasladó a París, donde falleció prematuramente el 30 de septiembre de 1799.

  Arteaga fue autor de una extensa y polimorfa obra que a causa de su temprana muerte quedó en buena parte sólo manuscrita y hoy se halla o definitivamente perdida o dispersa por diversos archivos. Empero, y prescindiendo de algunos ensayos de carácter puramente histórico, su quehacer literario se centra en torno a la crítica artística, muy en especial la musical, y a la filosofía del arte que expone en sus dos principales obras impresas: La rívoluzioni del teatro musicale italiano e Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal.

  Filosóficamente, y pese a su procedencia jesuitica, se mueve por entero al margen del escolasticismo a cuya teología niega todo carácter científico llamándola «anticiencia» y comparándola con las sombras que surgieron ante Eneas a la entrada del Tártaro y que se disipaban con sólo ser tocadas. Antes bien, manifiesta una marcada preferencia por el empirismo de Galileo, por el sensismo de Locke y en general por los enciclopedistas como Voltaire, Montesquieu, Beccaria etc., Más concretamente su doctrina estética, que desde luego no presenta aún las notas de depuración teorética que habría de adquirir esta ciencia tras la crítica del juicio kantiano, es de inspiración platónica, aunque por su inclinación empirista parta en su elaboración de supuestos aristotélicos. La creación artística, en efecto, viene a decir, no es copia, sino imitación tanto más valiosa cuanto mayores sean las dificultades que el artista haya tenido que vencer por conseguirla y sin que nada empañen su calidad aquellas virtualidades de la verdad que haya tenido que sacrificar en su empeño. Sin embargo, su concepción neoplatónica de la verdad ideal compensa en buena medida el pedestrismo de su punto de partida, logrando entre ambas polaridades, un resultado armónico que le permitió en muchos aspectos adelantarse a las concepciones artísticas de su tiempo como al destacar los valores estéticos de lo feo o la importancia del sentimiento, que lo hacen un auténtico precursor del Romanticismo en plena época neoclásica.

  La rivoluzioni del teatro musicale italiano, preparada durante su estancia en Bolonia, es un valiosísimo intento de historiar filosóficamente el teatro lírico italiano, compendio y síntesis de todas las Bellas Artes «exacta relación de los movimientos del ánimo con los acentos de la palabra o del lenguaje, de estos con la melodía musical y de todos con la poesía». La obra, verdadero alarde a lo largo de sus tres tomos de erudición musical, es de decidida impronta neocIásica, aún cuando ya anime sus páginas el soplo de renovación estética que caracteriza en su conjunto la obra de nuestro autor. Y de aquí que fuera rápidamente vertida al alemán (1789) y al francés (1802) en edición abreviada.